miércoles, 3 de noviembre de 2010

¡Oh, Trinidad, ¿porqué no te callas?...!

Las contradicciones en la política internacional abruman y espantan. La nueva ministra española de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, en reunión del Senado, sostuvo que en nuestro país no hay presos políticos y se apoyó para defenderse en datos de Amnistía Internacional y Human Rights Watch: “Hay personas recluidas por causas penales, acusadas de haber participado en el golpe de Estado del 2002 o por posible corrupción, pero quienes los consideran presos políticos son algunos partidos políticos de la oposición venezolana”.
Es la misma ministra que espera confiada que se actúe en el caso de Cubillas, el etarra miembro del gobierno y cuya esposa pudimos conocer tratando de detener la cámara del canal Globovisión cuando el periodista Johnny Ficarella hacía su trabajo caminando al lado de Elías Jaua y recibiendo un brutal empujón del “vice”.
No creo que la nueva ministra esté mal informada. A lo mejor lo sabe, pero tiene una línea a seguir. A los españoles parecen no llegarle los casos de sus conciudadanos pidiendo ayuda por expropiaciones y desatinos. Esa línea a seguir lleva una orden implícita y es disfrazar al gobierno chavista de demócrata, de defensor de derechos humanos, comandante de la dignidad y la esperanza, la revolución y la paz. Y resulta que esa versión no es la que este pueblo tiene de este personaje. Acaba de demostrarlo. No hay que hacer mucho esfuerzo para ver, uno tras otro, los testimonios del quehacer de Hugo Chávez, su utilización del poder adquirido, traicionando valores y principios, violando la constitución y arriesgando al país con complicidades peligrosas Es la hipocresía del interés. “El amor y el interés se fueron al campo un día y más pudo el interés que el amor que te tenía”.

España, la “madre patria” se atropella, se desdice de su propia imagen democrática y asume como única la versión del poder que encarga barcos a sus navieras en problemas y usa el petróleo como instrumento para comprar alianzas y conciencias. Hoy no son vidrios de colores. ¿De quiénes entonces espera este mundo para ser más honesto, más bondadoso, más decente? ¿Cuánto vale un juicio transparente, una crítica certera, algo que lo aleje de lo amargo, de lo vil, de la destrucción y la miserabilidad?
Me gustaría llevar a los hijos de Iván Simonovis -y lo nombro como referencia porque los conozco desde que nacieron, y que ellos, que crecen sin su padre y al lado de una madre hermosa y luchadora, y de una abuela estoica que ha dado la más dramática pelea por la justicia de los comisarios, de los venezolanos presos por capricho enfermizo del todopoderoso-, para que le cuenten a esta mujer de su ausencia, del agravio constante, del atropello desgarrador, de su honestidad violada y humillada, para ver si la próxima vez se atreve a ser honesta con la realidad. O tendremos que esperar cualquier espacio de la democracia para pedirle que cuando vaya a afirmar algo de nosotros, si no puede ser objetiva, “¿porqué no se calla?”.

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ISA DOBLES