lunes, 28 de enero de 2013

Venezuela conducida por la violencia, subordinada al cinismo


Los que vivimos la época de cárceles y exilios, persecuciones y atropellos que culminaron con el derrocamiento de Pérez Jiménez cuando el pueblo venezolano se tiró a la calle para recuperar su libertad, los que quedamos de ese tiempo de resistencia y lejanías, los que no podíamos huir de sobresaltos y miedos por las noticias que nos llegaban de la Venezuela que luchaba y moría en cárceles y asesinatos espantosos, los que crecimos y compartimos los significados exactos de la entrega y trascendencia de aquellos hombres que interpretaban a costa de sus vidas el destino de su país, este 23 de enero del 2013 discordante y hasta ofensivo, resultaba difícil de soportar.  
¿Esos rostros enardecidos de histerismo, alienados por una locura insana, esos discursos de odio y negación a los valores más exigentes de la razón, ese juego sucio confuso y enfermo… podían ser ciertos? ¿Ese era el mismo pueblo…?
¿Cómo se podía llegar a eso que contradecía valores, historia y sentimientos hasta convertirlo en eso que no diferenciaba en la incitación canalla el bien del mal, la paz de la violencia, el respeto del odio, la calma de la venganza?
¿Qué tenía de noble, de valiente aquel Maduro casi cómico en su discurso reiterado y sacado de un casette consumido en la mediocre servidumbre del lacayo inculto y blandengue?
¿O la hidalga figura de un Pérez Salinas asesinado en una planificada “ley de fuga” por la espalda o en medio de una calle en San Agustín como Leonardo Ruiz Pineda con aquel Diosdado Cabello petulante y provocador o el momificado José Vicente Rangel blandiendo el escaso cabello cano en el infamante discurso de siempre?

¿Hasta cuándo este pueblo va a ceder a esa maldición que parece infinita de la ignorancia y el uniforme sobre la ignorancia y la repetida historia?

Ante esta Venezuela conducida por la violencia, subordinada al cinismo y la venganza que destruyen la moral de los pueblos, no podemos descansar ni callar los que conocemos la diferencia, hoy más que nunca nos obligan la corrupción moral y la resignación de otros a decir, a contar, a marcar, a contar la democracia, a desnudar la mentira, a desafiar el engaño, a transformar la multitud confusa en conciencia firme.
Y eso no lo vamos a conseguir si no detenemos el titubeo, si no entendemos la unidad como fuerza única, si no somos transparentes y audaces contra el obscurantismo y la indolencia.
Estamos en desventaja ante este poder absoluto y voraz. Pero con lo que tenemos estamos obligados a rescatar lo que somos. Y eso que vimos, que escuchamos, eso que es odio y violencia, cobardía y destrucción no somos nosotros.
Frente a ese espectáculo patético, inmoral y decadente, mi país adquirió en mi corazón la necesidad de un hijo desgarrado, indefenso, lastimado. Solo le pido a Dios que lo que me ha dado en años me lo dé en fuerzas para seguir luchando por su destino de paz y de fe.

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ISA DOBLES