Yo me “calé” casi todo el día los festejos bicentenarios de Argentina. Usualmente me detengo en sus programas de opinión, me gusta su estilo coloquial y respetuoso y recorrer Buenos Aires de vez en cuando en sus panorámicas tras los narradores.
Esa vez quería ver, inclusive, al mismísimo Chávez en ese otro ambiente lleno de historia y protagonistas propios. Y de un pueblo que unido en la emoción compartida, era el actor más importante. Llegó Chávez con Correa folklórico como siempre con la camisita bordada que seguramente no es de los mercados artesanales de Cotopaxi, y su risita. Se sabe “galán”. Y la verdad es que el contraste con Chávez gordo, supongo que más aún con el chaleco del miedo, y ¡una cara! Todavía no había podido cambiarla por la internacional.
Era la rabia personificada, no hubo sonrisitas ni socarronería. Era la rabia contenida. Que a lo mejor en unas facciones bondadosas, menos punzantes y grotescas, no se marcan así, pero aquí no había otra opción. No destacó ni fue protagonista.. La misma Cristina pareció impaciente. El cuerpo rollizo buscó, a la entrada protocolar, acercarse, pero ella lo frenó. Y fue obvio. Y no hubo desborde de prensa. Argentina no estaba dispuesta a dejar que Chávez contaminara el espectáculo. El día anterior, en las encuestas populares, una respuesta fue contundente: “ Nosotros votamos mayoritariamente contra la “K”. (Kischnerismo) Pero este bicentenario es de Argentina. Ella es la protagonista y por ella estamos aquí”. Y así era.
Se calcula en dos millones de personas el lleno de la Plaza. Fue Pablito Milanés que desde hace unos años vive en España. Allí, donde no se veía una bandera roja, donde no se veían militares armados hasta los dientes ni tanquetas, donde se gritaba “Libertad” y Argentina en un solo canto. Y allí, a doscientos años de su nacimiento como república, un hombre alejado del significado de ese clamor histórico, imbuido en su mediocridad y su chabacanería, en un poder que encarcela, invade, expropia, corrompe, deshonra, viola y cubre de desvergüenza y cinismo la personalidad de un pueblo, que no puede hacer hoy lo que hizo el pueblo gaucho. Porque ese poder escribe una historia de violencia y corrupción, de barbarie y muerte. Y las hordas, las que quedan, arremeterían contra los otros encapuchados y armados y las tanquetas y los uniformados robotizados tirarían por orden del “teniente coronel” gas del bueno sin importar que se ahoguen niños o ancianos o que los uniformados golpeen mujeres o arrodillen generales que no aceptan el servilismo como ley. Sin franelas rojas, sin banderas extrañas, sin consignas llamando a muerte. Fito Páez cerró el acto con el Himno Nacional y las banderas ondeando en rostros llorosos y emocionados que llevan en el corazón una esperanza cierta. Allí, sobraba Chávez. Y se vió
Esa vez quería ver, inclusive, al mismísimo Chávez en ese otro ambiente lleno de historia y protagonistas propios. Y de un pueblo que unido en la emoción compartida, era el actor más importante. Llegó Chávez con Correa folklórico como siempre con la camisita bordada que seguramente no es de los mercados artesanales de Cotopaxi, y su risita. Se sabe “galán”. Y la verdad es que el contraste con Chávez gordo, supongo que más aún con el chaleco del miedo, y ¡una cara! Todavía no había podido cambiarla por la internacional.
Era la rabia personificada, no hubo sonrisitas ni socarronería. Era la rabia contenida. Que a lo mejor en unas facciones bondadosas, menos punzantes y grotescas, no se marcan así, pero aquí no había otra opción. No destacó ni fue protagonista.. La misma Cristina pareció impaciente. El cuerpo rollizo buscó, a la entrada protocolar, acercarse, pero ella lo frenó. Y fue obvio. Y no hubo desborde de prensa. Argentina no estaba dispuesta a dejar que Chávez contaminara el espectáculo. El día anterior, en las encuestas populares, una respuesta fue contundente: “ Nosotros votamos mayoritariamente contra la “K”. (Kischnerismo) Pero este bicentenario es de Argentina. Ella es la protagonista y por ella estamos aquí”. Y así era.
Se calcula en dos millones de personas el lleno de la Plaza. Fue Pablito Milanés que desde hace unos años vive en España. Allí, donde no se veía una bandera roja, donde no se veían militares armados hasta los dientes ni tanquetas, donde se gritaba “Libertad” y Argentina en un solo canto. Y allí, a doscientos años de su nacimiento como república, un hombre alejado del significado de ese clamor histórico, imbuido en su mediocridad y su chabacanería, en un poder que encarcela, invade, expropia, corrompe, deshonra, viola y cubre de desvergüenza y cinismo la personalidad de un pueblo, que no puede hacer hoy lo que hizo el pueblo gaucho. Porque ese poder escribe una historia de violencia y corrupción, de barbarie y muerte. Y las hordas, las que quedan, arremeterían contra los otros encapuchados y armados y las tanquetas y los uniformados robotizados tirarían por orden del “teniente coronel” gas del bueno sin importar que se ahoguen niños o ancianos o que los uniformados golpeen mujeres o arrodillen generales que no aceptan el servilismo como ley. Sin franelas rojas, sin banderas extrañas, sin consignas llamando a muerte. Fito Páez cerró el acto con el Himno Nacional y las banderas ondeando en rostros llorosos y emocionados que llevan en el corazón una esperanza cierta. Allí, sobraba Chávez. Y se vió
Chavez es una mezcla de Lambucio, Arrastrado y Demente!
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