lunes, 1 de agosto de 2011

“Te vestiste de amarillo pa´que no te conociera…”

Después de la quimioterapia que no sabemos aún si fue la primera, la segunda o la tercera, hemos visto a Chávez agachado, estirando la bandera venezolana sobre algo que parecía ser el sarcófago de Bolívar en el Panteón Nacional; a escasas horas de la declarada quimio, caminando, lo hemos escuchado por teléfono en reuniones y programas; y en el balcón “del pueblo” con pantalones kaki y camisa amarillo brillante, con sus nietos y su hija y la consabida bandera ondeando tras él.
Ahora niega haber dicho lo que dijo: nunca aparecieron células cancerosas en su cuerpo. Nunca dijo que tenía una bolsa para hacer sus necesidades. Nunca dijo que tenía cáncer. Todo eso lo inventó la oposición. “Dejen tranquilo a mi cáncer, que quiero derrotarlo”! pidió.
Ahora reconoce que hay que borrar de la consigna heroica de “Patria, Socialista o Muerte”, la “muerte”. La cambió por la “victoria”. Y ojalá nadie le recuerde aquel son cubano: “La muete, viejo, la muete, todo en Cubita es la muete”, porque sale disparado para Brasil.Es impresionante, no se le puede negar. Está, como dice Ravel, “atorado”.
Nada importa más a Hugo Chávez que ganar la batalla de la “trascendencia”.
Si se va a morir en cinco meses, cinco años o cincuenta, lo único seguro es que tiene un preaviso difícil de ignorar. Enfrenta en esa mente enfermiza que fraguó su propia fantasía a la que caminaba como quería, sin importarle consideraciones y respeto, quitando de su paso “objetivos“ que eran pequeñas piedras fastidiosas y nunca mundos propios, seres humanos con sueños y derechos, y de pronto la suerte, que comete errores, la vida, que cobra deudas, o lo divino, que “aprieta pero no ahoga”, obliga a moderar el paso, a calmar los ímpetus y detener los desatinos, a aceptar que un error del poder no es verdad porque lo aplauda una mayoría ignorante.
Yo no sé cómo se diagnostica esa suma de factores que llenan el tiempo y la mente de Hugo Chávez. Lo que yo percibo como venezolana, como periodista y como ser humano, es que lo que está funcionando ahorita en esa turbulencia mental es la obsesión por calmar el miedo con la pretensión de sublimizar este momento que vive para, no asumirlo, él habla de el, lo utiliza, lo acondiciona ligeramente al momento, a lo que siente y recibe de su alrededor, ahora valiente contra el enemigo que se borra de la consigna y, al que va a vencer.
Se detallan una y otra vez los detalles y las contradicciones pero siempre como ganador, no queda nada en el reto a la vida, al destino, de aquel otro flacucho que salió huyendo a rendirse, o el tembloroso de la Orchila. Engañando, trata de engañarse. Hugo Chávez creyó en esa fantasía que él era el camino de Venezuela. Y no. Él es su camino. Que se acaba con su último paso como se acaba con cada uno. Y no lo puede entender, no lo quiere aceptar. Todo suena a final.
Hugo Chávez ha mentido tanto que le es fácil mentirnos y mentirse. Pero la verdad está ahí. La que sea, y es implacable.

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ISA DOBLES