
La pregunta creo que sólo la hacemos por la fuerza de la costumbre, ya que tanto Hugo Chávez como nosotros conocemos la respuesta: ¡Hasta donde nosotros se lo permitamos! Y eso es lo que lo tiene así, porque ya no puede hablar como antes, porque este pueblo le perdió el miedo y el respeto, porque la maldad y el descontrol que arriesgan y descalifican a Venezuela, la corrupción y el malandraje ya no lo soportamos y porque este país ya sabe que rescatar la democracia y el honor está en nuestras manos. Y por eso pospuso la visita del Presidente Santos. Porque después de endeudar más al país, despilfarrar en viajes y regalos, hoteles y carros blindados, pisar alfombras rojas de dictadores y socios, llega a una Venezuela que ya no es su mayoría, que protesta, que se le enfrenta, y está en la calle todos los días ratificándole que la cultura democrática está viva y no va a seguir aceptando este militarismo cobarde y servil, este analfabetismo político y esta destrucción.
Esas protestas, esos actos de corrupción, esas expropiaciones, esas corruptelas, están hoy a flor de piel. Y que las vea, las compruebe Santos lo pone en desventaja. Porque ya no lo puede esconder ni lo puede esgrimir como justificación a sus desatinos y a los infelices resultados de su gestión. Una cosa es llegar a San Pedro Alejandrino con el matiz de un Bolívar en monumento, con avión propio, chaqueta tricolor, en un entorno histórico, tropical y respetuoso, con las ventanas del mundo abiertas, y otra es esta Venezuela reclamante, en eterno conflicto, desconfiada y desafiante que se niega a aceptar el horror de una dictadura, de un militarismo decadente y cursi que detiene el progreso y la convivencia, dividiéndonos y degradándonos en raíces e historia.
La canciller colombiana aceptó la solicitud de Venezuela de posponer el encuentro: “comprendemos”. Y si. Yo creo que comprenden. ¡Lo comprenden todo! En este juego diplomático que la mayoría de las veces es igual a “hipocresía” y resulta valedero, los colombianos saben, perciben, la realidad que vivimos. Un gran teatro se teje alrededor de esta realidad entre los dos países, y que tiene que terminarse por la salud de la democracia y la libertad.
Venezuela no se puede resignar a ser una prisión sin rejas.