A mí me mortifica mucho de nuestra personalidad esa indiferencia con que nos enseñamos ante nosotros mismos cuando se trata de asuntos que realmente nos son importantes, como en el caso de la solidaridad con quienes merecen nuestro interés y apoyo como han sido y siguen siendo los presos políticos, los estudiantes, los otros venezolanos desaparecidos en esta lucha, nuestros propios valores humanos y culturales, y hasta el mismo Libertador Simón Bolívar ante el uso y abuso de este hombre enloquecido que hoy ocupa la primera magistratura del país. He intentado a través de algunos personajes políticos incentivar una reacción que de alguna manera despierte y motive el respeto a Bolívar, pero de repente me enfrento a mi propia figura romanticona y hasta pasada de moda en este mundo en el que los celulares, los zapatos de firma, y las motos, ocupan todos los espacios de los focos de curiosidad y preocupación. Yo he sido siempre una seguidora de Bolívar. Me fascina desde muy pequeña cuando mi interés era guiado por grandes historiadores, lo he divulgado y enseñado con respeto y me identifico plenamente con la devoción de Colombia y su extrema consideración con su historia. En mi trabajo he realizado entrevistas imaginarias al caraqueño y lo he sentido en la emoción espontánea y solidaria, me apasiona el ser humano con sus debilidades y grandezas y lo reconozco como un culto que nos despierta desde pequeños el orgullo de ser venezolano. Me duele que Chávez lo utilice, me duele que lo hayamos dejado en sus manos, que no seamos contestatarios cuando se le ofende y se le distorsiona en criterios y tiempos. Pero de repente la creatividad de un caricaturista me reconcilia con lo que me preocupa. Porque de alguna manera allí está vivo, el sentimiento. En algún rincón de nuestra alma de Nación hay un creativo que se acuerda, que rechaza, que se expresa. Y esta vez quiero compartir ese chispazo con ustedes. Y aquí está!
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