La muerte no está en el cáncer. La muerte estaría en la pérdida del poder.

Una hora. Por primera vez Hugo Chávez tuvo que ceñirse a un tiempo limitado en la televisión. Una semana pasadita parecen siglos porque es lo mismo y sigue lo mismo. Astrólogos, numerólogos, oncólogos, analistas, políticos, dirigentes. Ministros, candidatos a todo, aspirantes, funcionarios, desempleados, amigos, adversarios, en fin, un mundo de gente calándose el mismo cuento, la misma cara hinchada, fea, porque no creo que ni siquiera Maripili, con toda su devoción y adoración pueda verlo buenmozo, afincándose, exprimiendo el sentimiento y la ignorancia del pueblo venezolano, convirtiendo su drama humano en el teatro sublime de su glorificación.

El guión que escribe de acuerdo a su interés inmediato, castiga, sigue deteniendo la emoción de sus hechizados, y tras ese telón, sin embargo, se siguen sucediendo las mismas violaciones, las mismas indecencias, las mismas agresiones. La “desbandada” de sus siervos, provoca también desatinos ya incontrolables. Al “comandante en jefe de las fuerzas libertarias de la humanidad” como un día lo proclamara Evo Morales no le interesa más nada que él mismo. Puede estar muriendo, o cerca de morir pero se sigue engañando porque tiene pantalla, y Hugo Chávez se ama a sí mismo. Se refuerza en la pantalla, en el hombre poderoso que refleja la foto, el aplauso, el saber que al otro lado un mundo curioso lo está viendo.

La muerte no está en el cáncer. La muerte estaría en la pérdida del poder. Levantarse como un ser humano cualquiera a enfrentar la vida para alimentar a los suyos, manejar su carro barato y viejo, recibir órdenes, obedecer, sin nadie cuadrándose frente a él, sin halagos, sin lacayos riendo sus chistes malos, subiendo escaleras llenas de basura y aguas negras en vez de caminar alfombras rojas, sin alterar la mirada angustiada de un anciano que no lo reconoce en su uniforme igual al de cientos más, gris, subordinado y sumiso. Mientras las cámaras lo sigan, se inclinen los poderosos, levanten los puños incitados por el odio los muchachos, cuente dólares ajenos como si fueran suyos, y aunque parezca mentira, este hombre sigue al frente de su locura fantasiosa. De su obsesión. Que cree vencer las verdades dolorosas e irrebatibles. Por eso, y aunque sea difícil, no hay que temer.

El sueño termina con el soñador.

Ley de vida.