Gustavo Rodríguez era mi amigo. Nos queríamos, nos
respetábamos y nos hacía felices vernos.
Estuvimos muy cerca durante mis años de
TV, y era muy frecuente protagonista en las cosas que yo hacía, sobretodo en programas históricos, o
en las “remotas” cuando había cabida para un actor que diera fuerza a los personajes
involucrados.
Una vez, en Carúpano, su
figura solitaria frente al mar, en un amanecer especialmente triste, llenaba la
pantalla con su mirada y su voz con el “Canto del amor viajero” de Andrés Eloy
y otra vez, intenso, vigoroso, era la voz digna del Job Pim arrastrado por los grillos pesados de la
dictadura Gomencista y otra vez, en el helado teleférico merideño. Abrazados y
emocionados ante el paisaje y nuestro
amor por Venezuela, compartíamos un
momento de su historia. Y estaba también el Gustavo cercano, íntimo, que me
consolaba o regañaba según mis crisis , y el compañero que compartía sueños.
Una vez, en mi entrevista imaginaria a Bolívar, alguno lo
llamó para que se pusiera en contacto conmigo.
Lo primero que me dijo fue: “Tú no puedes hacernos eso ni a Bolívar ni a mí. Mi
momento de protagonizarlo pasó…..”. Trabajamos juntos con ese entendimiento
claro de lo que teníamos, esa fortuna
de hacer lo que nos apasionaba hacer.
Una vez me salvó la vida: yo terminaba una relación traumática con uno de esos seres
que jamás repetirías, y Gustavo, que era su amigo también, estaba preocupado y de mi lado. Llegó a mi
apartamento en un piso 19 y cuando desde
el balcón me montaba en un sillón para arreglar una cortina, expuesta al vacío,
entraba Gustavo y el sillón se rodaba….Me alcanzó, aferrándose a mi cuerpo. Lo
primero que le pasó por la cabeza fue
que yo me quería tirar. Yo estaba
abrazada a él, aterrorizada. Lo que
podía haber pasado nos asusto a los dos.
Y nos costó ¡Te imaginas lo importante
que se iba a sentir ese tipo” Por mucho tiempo luché contra esa
imagen que desvirtuaría la personalidad ganada frente a la pasión
que era y es Venezuela. Yo temblaba…
Esa fragilidad del ser
humano ante la misma vida lo colocó a él
providencialmente allí. Por mucho tiempo nos encontrábamos y nos abrazábamos
sin hablar.
Al actor, ese
camino lleno de retos y triunfos, de desvelos y aplausos, le quedó corto.
Pero Gustavo se despidió
con la elegancia y la fuerza para bajar el telón con la actuación
más dolorosa y brillante de su carrera. Sobrio, Gustavo se obligó en su carácter de gran actor, al más
importante y exigente papel de su vida.
Yo valoro su presencia en mi vida y lo extraño aunque nos
viéramos ya tan poco! A los suyos mi abrazo
fuerte, sentido.
Que belleza digno de ud y de el...y de una amistad como la de la canción...cuando un amigo se va...
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