Hay una foto recorriendo la información internacional de diferentes medios del mundo que enseñan a Chávez enmarcado en un “sombreo” indígena cuando algunos grupos llegaron a Miraflores a rezar por su salud. Una foto lastimosa, ridícula y grotesca. Yo no quería escribir sobre el personaje.
Les confieso que me obligaba, al sentarme frente a mi computadora, a ubicarme en otros temas. Porque si en estos casi trece años he escrito dos mil columnas con Chávez como protagonista, me quedo corta. Hay que buscar ese otro mundo que palpita , sufre o ríe por otras cosas que no sea este dolor inmenso de ver un país como Venezuela al borde mismo de su precipicio, destruido moral y físicamente, desgarrado en lo más profundo de su alma por un militarismo voraz y fuera de tiempo que no puede confundirse con folklorismo. Porque esto superó ya todos los calificativos ligeros que pudiesen definirlo. Esa foto no se la merece este país con todas sus debilidades y errores, no se la merece. Porque ya hemos vivido y sufrido con creces las dificultades de ser un pobre nación rica y analfabeta. Hay una Venezuela que tiene que estar allí esperando cobrar estas degradaciones, esta incultura, esta constante violación a sí misma.
Hace unos días vi al Presidente colombiano declarar sobre las relaciones comerciales con Venezuela y aseguraba ante la pregunta de un periodista que le interpelaba sobre su avance que “nunca volverían a ser lo mismo” y con “lo mismo” se refería a lo que había exportado Colombia en manos de Álvaro Uribe, que conocía muy bien la personalidad de Hugo Chávez. Mientras desde esta Venezuela asociada de dictadores y corruptos se apoya a Gadafi y crece la deuda con China y Rusia, el destino de la patria de Bolívar está en manos de la suerte, llámese “destino” o “Dios”. Porque como si la enfermedad que sufre fuera un catarro, Venezuela, en su momento más difícil, obscuro y peligroso, está en manos de un hombre enfermo que se niega a reconocer lo impredecible de su gravedad. Yo me meto en todos los comentarios de los ciudadanos en los distintos países en sus respectivos diarios y medios digitales. La mayoría no enfrentan ya a Hugo Chávez sino a los venezolanos que consienten sus locuras y atropellos. Esa mayoría que lo ha rechazado una y otra vez pero es un espectro pasivo, esperando que por la gracia infinita del caudillo, haya otra elección. Mansamente.
Por supuesto que este es un momento de riesgo en que hay que actuar con cautela porque una fiera asustada es capaz de todo y frescas están las amenazas de la “revolución armada” y la “demolición” de los opositores. Pero esa masa inerte, espesa, que está allí, víctima de este espectáculo alienante y perverso, tiene que ser activada con emoción, tenemos que caminar hombro a hombro y vernos a los ojos. No porque el mundo no entienda nuestra pasividad, sino porque nosotros mismos necesitamos de nosotros. La unidad no es un día, ni un candidato siquiera, es desde adentro, desde el alma, que tiene que nacer.
Hace unos días vi al Presidente colombiano declarar sobre las relaciones comerciales con Venezuela y aseguraba ante la pregunta de un periodista que le interpelaba sobre su avance que “nunca volverían a ser lo mismo” y con “lo mismo” se refería a lo que había exportado Colombia en manos de Álvaro Uribe, que conocía muy bien la personalidad de Hugo Chávez. Mientras desde esta Venezuela asociada de dictadores y corruptos se apoya a Gadafi y crece la deuda con China y Rusia, el destino de la patria de Bolívar está en manos de la suerte, llámese “destino” o “Dios”. Porque como si la enfermedad que sufre fuera un catarro, Venezuela, en su momento más difícil, obscuro y peligroso, está en manos de un hombre enfermo que se niega a reconocer lo impredecible de su gravedad. Yo me meto en todos los comentarios de los ciudadanos en los distintos países en sus respectivos diarios y medios digitales. La mayoría no enfrentan ya a Hugo Chávez sino a los venezolanos que consienten sus locuras y atropellos. Esa mayoría que lo ha rechazado una y otra vez pero es un espectro pasivo, esperando que por la gracia infinita del caudillo, haya otra elección. Mansamente.
Por supuesto que este es un momento de riesgo en que hay que actuar con cautela porque una fiera asustada es capaz de todo y frescas están las amenazas de la “revolución armada” y la “demolición” de los opositores. Pero esa masa inerte, espesa, que está allí, víctima de este espectáculo alienante y perverso, tiene que ser activada con emoción, tenemos que caminar hombro a hombro y vernos a los ojos. No porque el mundo no entienda nuestra pasividad, sino porque nosotros mismos necesitamos de nosotros. La unidad no es un día, ni un candidato siquiera, es desde adentro, desde el alma, que tiene que nacer.
Esta cara hinchada, grotesca, enmarcada en un aro de plumas y colores es un pedazo de esta Venezuela mutilada en sueños, pero hay más, hay un pueblo esperando abrazarse sin suspicacias, mirarse sin resentimiento, caminar juntos.
Vivir en paz, en libertad.
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