Es la manera tan violenta, tan cruel, tan agresiva y creativa con que hoy se mata .El otro día llegué al súper mercado y, la muchacha de la caja, temblaba. Me contó todavía ahogándose del terror cómo habían entrado cinco hombres llevándose todo el dinero de las cajas, de la oficina y la nómina lista para pagar.
Un poco más adelante, en la esquina, habían atracado también la panadería. Y estaba por llegar lo más trágico: la muerte de un muchacho de 22 años al que dispararon cuando intentaba huir y entrar en su casa. Ya no es cuento.
Uno sabe que está señalada. Que en cualquier lugar o momento tu vida no vale nada, como decía la canción de Pablo Milanés. Entran a un apartamento y además de robarlo, matan a batazos a una anciana o cortan el rostro a otro. O se balacean y mueren niños ajenos a esta Venezuela sangrienta que miraban televisión en su cuarto. Es el desafío brutal de una nueva clase de delincuentes que se sabe protegido por una permisología incompetente para enfrentarlos.
Es un horror que uno siente palpitar en el miedo colectivo. Es una deuda terrible del gobierno con el pueblo venezolano. Mientras Hugo Chávez sigue histriónica y narcisístamente incitando al histerismo y el odio, venezolanos impotentes cierran sus brazos vacíos de los cuerpos de los seres queridos abaleados o acuchillados que se apilan en la morgue.
La corrupción, la comida putrefacta, los maletines llenos de dólares, las alianzas tenebrosas con modelos asesinos como Gadafi, el discurso de diferencias sociales, el incitar lo peor de un pueblo traicionado en sus valores y sueños, componen el caldo de cultivo para las mentes alienadas para el terror. Venezuela es hoy la ciudad más cara del mundo. La inflación la coloca allí, en lo inconcebible. Pero también estos números rojos que indican cuan poco vale la vida.
La Venezuela que muere cada día, la Venezuela que mata. Imagen triste, amarga. Que sin embargo no es protagonista de la pantalla de tv que la llena un hombre poseído de la más diabólica obsesión personalista que pueda imaginarse alguno y el mundo. Es hora ya de sacudirse esto que nos agobia, nos expone, nos harta.
El mundo, el futuro, el presente detenido en el insulto, el servilismo, la muerte, no puede esperar a que Hugo Chávez muera o no. Es un ser humano como tantos otros afectado de una temible y terrible enfermedad.
Pero Venezuela somos millones de millones de seres humanos que necesitamos la seguridad y la fuerza de una Venezuela libre y progresista. No hay justificación que valga para no luchar por ella. Porque este hombre ya ha hecho todo el daño que esta alma de Venezuela puede soportar. Nos toca defenderla, cuidarla, consentirla. Para que más nunca vuelva a ser tan humillada, tan agredida, tan traicionada.
Un poco más adelante, en la esquina, habían atracado también la panadería. Y estaba por llegar lo más trágico: la muerte de un muchacho de 22 años al que dispararon cuando intentaba huir y entrar en su casa. Ya no es cuento.
Uno sabe que está señalada. Que en cualquier lugar o momento tu vida no vale nada, como decía la canción de Pablo Milanés. Entran a un apartamento y además de robarlo, matan a batazos a una anciana o cortan el rostro a otro. O se balacean y mueren niños ajenos a esta Venezuela sangrienta que miraban televisión en su cuarto. Es el desafío brutal de una nueva clase de delincuentes que se sabe protegido por una permisología incompetente para enfrentarlos.
Es un horror que uno siente palpitar en el miedo colectivo. Es una deuda terrible del gobierno con el pueblo venezolano. Mientras Hugo Chávez sigue histriónica y narcisístamente incitando al histerismo y el odio, venezolanos impotentes cierran sus brazos vacíos de los cuerpos de los seres queridos abaleados o acuchillados que se apilan en la morgue.
La corrupción, la comida putrefacta, los maletines llenos de dólares, las alianzas tenebrosas con modelos asesinos como Gadafi, el discurso de diferencias sociales, el incitar lo peor de un pueblo traicionado en sus valores y sueños, componen el caldo de cultivo para las mentes alienadas para el terror. Venezuela es hoy la ciudad más cara del mundo. La inflación la coloca allí, en lo inconcebible. Pero también estos números rojos que indican cuan poco vale la vida.
La Venezuela que muere cada día, la Venezuela que mata. Imagen triste, amarga. Que sin embargo no es protagonista de la pantalla de tv que la llena un hombre poseído de la más diabólica obsesión personalista que pueda imaginarse alguno y el mundo. Es hora ya de sacudirse esto que nos agobia, nos expone, nos harta.
El mundo, el futuro, el presente detenido en el insulto, el servilismo, la muerte, no puede esperar a que Hugo Chávez muera o no. Es un ser humano como tantos otros afectado de una temible y terrible enfermedad.
Pero Venezuela somos millones de millones de seres humanos que necesitamos la seguridad y la fuerza de una Venezuela libre y progresista. No hay justificación que valga para no luchar por ella. Porque este hombre ya ha hecho todo el daño que esta alma de Venezuela puede soportar. Nos toca defenderla, cuidarla, consentirla. Para que más nunca vuelva a ser tan humillada, tan agredida, tan traicionada.
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