Ya está dicho lo que teníamos que haber sabido desde el principio.
Uno tiene que contenerse, y mantener en sus espacios al hombre gris, deteriorado, impactado por el golpe inesperado de la vida, y en otro a Venezuela.
Porque no son lo mismo por más que nos repitan el cassete todos los días, a todas horas. Yo recuerdo cuando las misas a mi hermana conversando con el Padre en la puerta de la Iglesia, alguien le preguntó sobre los pecados más repetidos. Y de esto hace diez años. Él contestó, con una mueca con la boca: “Eso cambió. Ahora es un deseo pecaminoso que se asume como pecado por el mismo confeso y es más bien una confidencia.”
Todos sabíamos de qué se trataba.
A estas alturas uno no sabe si culpar a la vida, al destino, a las estrellas o a lo divino por lo que nos pasa. Pero que le digan a uno a los 50 y tantos años que tiene un cáncer, como sea, terminal o en proceso, esperanzador o no, es un golpe muy duro que tiene que dejarlo a uno en shock por algún tiempo.
Y si es un ser humano con la personalidad de Hugo Chávez, la ambición de gloria, esa prepotencia del que se cree dueño de su propio tiempo, que complace al ego tratando como rebaño a los demás, que se complace en la incomprensión y el insulto, que no reconoce virtudes en otros seres humanos si no se doblegan ante él, quien miente por mentir, es terrible.
¿Cuál gloria?
No es fácil pasar de prepotente a humilde o de perverso a bondadoso. Páginas de dolor y humillación, de sangre y barbarie han colmado casi trece años de nuestra existencia. El personalismo, el militarismo, la injusticia, la impotencia y la desesperación se han instalado en esta Venezuela hostil y mutilada en sus principios bajo la fuerza oscura de órdenes tenebrosas.
Verlo allí con otra voz en la pantalla, que es su casa, porque ella le devuelve una imagen que narcisamente aplaude, esta vez contando el drama de su salud, provocó un sentimiento confuso en mí. Estaba la consideración por el ser humano, en ese instante eso era lo que me conmovía, ese hombre que no era ya el que removía el dolor y la rabia, sino un ser humano más sufriendo lo inesperado, lo inevitable. Que desde Cuba nos desafiara con el silencio irresponsable, que Venezuela siguiera sufriendo los atropellos de los desquiciado, lo inconcebible, que siguiéramos como corderitos manejados por regímenes o Estados ajenos a la soberanía y la dignidad, todo eso no pudo con aquellos minutos que manejaban los principios y los sentimientos enseñados por mis padres.
Pero este gran amor que es mi país me rescató de debilidades y confusiones.
Una cosa es eso, un ser humano en su adversidad. Y otra, la adversidad que vive hoy Venezuela. Ya las pantallas se llenan otra vez. Sigue la novela trágica en capítulos repetidos bajo el mismo guión. Fidel es San Fidel y Cuba es el mejor país del mundo. Adán, el hermano, está en todo. La sucesión lo reactiva.
Chávez suelta una de sus frases: “la superación del hombre como animal al superhombre”. Lo dice desde su despacho en Cuba con Bolívar a sus espaldas. Que como Venezuela, silenciosa, ¡se cala esta locura!
Uno tiene que contenerse, y mantener en sus espacios al hombre gris, deteriorado, impactado por el golpe inesperado de la vida, y en otro a Venezuela.
Porque no son lo mismo por más que nos repitan el cassete todos los días, a todas horas. Yo recuerdo cuando las misas a mi hermana conversando con el Padre en la puerta de la Iglesia, alguien le preguntó sobre los pecados más repetidos. Y de esto hace diez años. Él contestó, con una mueca con la boca: “Eso cambió. Ahora es un deseo pecaminoso que se asume como pecado por el mismo confeso y es más bien una confidencia.”
Todos sabíamos de qué se trataba.
A estas alturas uno no sabe si culpar a la vida, al destino, a las estrellas o a lo divino por lo que nos pasa. Pero que le digan a uno a los 50 y tantos años que tiene un cáncer, como sea, terminal o en proceso, esperanzador o no, es un golpe muy duro que tiene que dejarlo a uno en shock por algún tiempo.
Y si es un ser humano con la personalidad de Hugo Chávez, la ambición de gloria, esa prepotencia del que se cree dueño de su propio tiempo, que complace al ego tratando como rebaño a los demás, que se complace en la incomprensión y el insulto, que no reconoce virtudes en otros seres humanos si no se doblegan ante él, quien miente por mentir, es terrible.
¿Cuál gloria?
No es fácil pasar de prepotente a humilde o de perverso a bondadoso. Páginas de dolor y humillación, de sangre y barbarie han colmado casi trece años de nuestra existencia. El personalismo, el militarismo, la injusticia, la impotencia y la desesperación se han instalado en esta Venezuela hostil y mutilada en sus principios bajo la fuerza oscura de órdenes tenebrosas.
Verlo allí con otra voz en la pantalla, que es su casa, porque ella le devuelve una imagen que narcisamente aplaude, esta vez contando el drama de su salud, provocó un sentimiento confuso en mí. Estaba la consideración por el ser humano, en ese instante eso era lo que me conmovía, ese hombre que no era ya el que removía el dolor y la rabia, sino un ser humano más sufriendo lo inesperado, lo inevitable. Que desde Cuba nos desafiara con el silencio irresponsable, que Venezuela siguiera sufriendo los atropellos de los desquiciado, lo inconcebible, que siguiéramos como corderitos manejados por regímenes o Estados ajenos a la soberanía y la dignidad, todo eso no pudo con aquellos minutos que manejaban los principios y los sentimientos enseñados por mis padres.
Pero este gran amor que es mi país me rescató de debilidades y confusiones.
Una cosa es eso, un ser humano en su adversidad. Y otra, la adversidad que vive hoy Venezuela. Ya las pantallas se llenan otra vez. Sigue la novela trágica en capítulos repetidos bajo el mismo guión. Fidel es San Fidel y Cuba es el mejor país del mundo. Adán, el hermano, está en todo. La sucesión lo reactiva.
Chávez suelta una de sus frases: “la superación del hombre como animal al superhombre”. Lo dice desde su despacho en Cuba con Bolívar a sus espaldas. Que como Venezuela, silenciosa, ¡se cala esta locura!
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