Posiblemente muchos venezolanos que abren esta página no tienen idea que me estoy refiriendo a ti, pensarán que esta carta abierta está dirigida a un boxeador, o un pelotero. Porque es muy difícil que todos conozcan esa historia, cuando en la Academia militar, tras bastidores, salías a ponerme y quitarme un taburetico para no estar moviendo tanto el micrófono cuando llegaban cadetes más altos que yo durante la elección de la reina de la Academia, que por supuesto, debido a mi metro cincuenta y siete, eran todos.
No es la primera carta abierta que te escribo.
Esta vez, escribirte es la primera reacción ante una carta que navega en la red de Daniel Chalbaud, uno de esos venezolanos de la industria petrolera a quienes cruelmente con un ¡“fuera”! despiadado destruiste su vida en una de esas ocasiones tras la cual a lo mejor sonreíste y comiste dulce de lechoza. Un venezolano que ha pasado por el dolor de perder una hija y su esposa por cáncer.
“Tu cáncer es tuyo y de quienes te aprecien, lo comprendo. Pero la enfermedad con que inoculaste a 23.000 trabajadores y trabajadoras petroleros hizo metástasis en hijos e hijas, esposas o esposos, madres o padres, abuelas o abuelos, tíos o tías, amigos o amigas, tan Venezolanos o Venezolanas como tú. Esa maléfica vacuna la hiciste efectiva, con nombre y apellido, con el triste y muy conocido Listado de Tascón (?), con el Listado de Inhabilitados (?) y, con el tiempo, extendida a estudiantes, educadores, militares, enfermeros, agricultores, funcionarios policiales y cientos de miles de desconocidos empleados públicos.”
Yo te veo hoy, repitiendo una y otra vez tu historia clínica que no ha avalado ningún médico, disfrutando este momento de locura, de obstinada manipulación, de desafiante y perversa alienación, de indolente irresponsabilidad, y te confieso que quisiera ser una autoridad psiquiátrica para poder definir claramente ese proceso desde el taburetico y el soldadito gris y el uniformado de no sé qué grado, porque lo sublime del servilismo, el halago, el temor y los vicios del poder, más tu propia personalidad no libre de graves desórdenes, te suman estrellas y botones que reclama tu narcisismo.
Quisiera saberlo para ayudar a Venezuela con más efectividad. Porque creo que allí es que está el verdadero problema. La cabeza es el cerebro. Pero también la conciencia.
Tú desafías la verdad porque has hecho de la mentira una fantasía.
¿Tú crees, Hugo, que el terror a perderte de Fidel y Raúl es por el amor que te tienen? ¿No te ha pasado por la mente ni por un segundo el daño que has hecho? Un Daniel Chalbaud para ti no significa un ser humano, ni un Forero, ni un Simonovic… Son víctimas necesarias de la revolución que eres tú.
Pero si es verdad todo lo que has contado en esa gloria fatalista y teatral, Hugo, ¿te has enfrentado realmente a ti mismo? Porque vas a necesitar, Hugo, cuando llegue el momento, todo el valor que no has tenido, te vas solo con lo que has hecho y lo que eres, no te llevas ni uniformes ni serviles, ni te aplaude el histerismo ni te reciben alfombra roja o cañonazos. La verdad. Solo eso. Y ni siquiera tienes que decirla. Ellos la saben.
No es la primera carta abierta que te escribo.
Esta vez, escribirte es la primera reacción ante una carta que navega en la red de Daniel Chalbaud, uno de esos venezolanos de la industria petrolera a quienes cruelmente con un ¡“fuera”! despiadado destruiste su vida en una de esas ocasiones tras la cual a lo mejor sonreíste y comiste dulce de lechoza. Un venezolano que ha pasado por el dolor de perder una hija y su esposa por cáncer.
“Tu cáncer es tuyo y de quienes te aprecien, lo comprendo. Pero la enfermedad con que inoculaste a 23.000 trabajadores y trabajadoras petroleros hizo metástasis en hijos e hijas, esposas o esposos, madres o padres, abuelas o abuelos, tíos o tías, amigos o amigas, tan Venezolanos o Venezolanas como tú. Esa maléfica vacuna la hiciste efectiva, con nombre y apellido, con el triste y muy conocido Listado de Tascón (?), con el Listado de Inhabilitados (?) y, con el tiempo, extendida a estudiantes, educadores, militares, enfermeros, agricultores, funcionarios policiales y cientos de miles de desconocidos empleados públicos.”
Yo te veo hoy, repitiendo una y otra vez tu historia clínica que no ha avalado ningún médico, disfrutando este momento de locura, de obstinada manipulación, de desafiante y perversa alienación, de indolente irresponsabilidad, y te confieso que quisiera ser una autoridad psiquiátrica para poder definir claramente ese proceso desde el taburetico y el soldadito gris y el uniformado de no sé qué grado, porque lo sublime del servilismo, el halago, el temor y los vicios del poder, más tu propia personalidad no libre de graves desórdenes, te suman estrellas y botones que reclama tu narcisismo.
Quisiera saberlo para ayudar a Venezuela con más efectividad. Porque creo que allí es que está el verdadero problema. La cabeza es el cerebro. Pero también la conciencia.
Tú desafías la verdad porque has hecho de la mentira una fantasía.
¿Tú crees, Hugo, que el terror a perderte de Fidel y Raúl es por el amor que te tienen? ¿No te ha pasado por la mente ni por un segundo el daño que has hecho? Un Daniel Chalbaud para ti no significa un ser humano, ni un Forero, ni un Simonovic… Son víctimas necesarias de la revolución que eres tú.
Pero si es verdad todo lo que has contado en esa gloria fatalista y teatral, Hugo, ¿te has enfrentado realmente a ti mismo? Porque vas a necesitar, Hugo, cuando llegue el momento, todo el valor que no has tenido, te vas solo con lo que has hecho y lo que eres, no te llevas ni uniformes ni serviles, ni te aplaude el histerismo ni te reciben alfombra roja o cañonazos. La verdad. Solo eso. Y ni siquiera tienes que decirla. Ellos la saben.
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